Si tu quieres:
• consejos sobre cómo inspirarse para crear una historia
• entender cómo crear personajes
• aprender a escribir textos de calidad
• escribir un libro exitoso
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¿Tienes una historia que contar? Felicitaciones: se ha dado el primer paso.
Los libros son, ante todo, registros de historias relevantes.
Pueden ser ficción, no ficción, manuales técnicos o cualquier género existente: sea cual sea el caso, los libros son recopilaciones estructuradas de conocimientos.
Pero hay algo en esa frase anterior que debería releerse: la palabra «estructuradas».
Después de todo, todo el mundo tiene una historia que contar sobre algo que hemos experimentado o imaginado, pero eso no significa que todos podamos escribir un libro exitoso (cualquiera que sea la medida de éxito que se considere) basado en esa historia.
Es necesario, en primer lugar, estructurar la historia, darle la cadencia necesaria para que capte no sólo la comprensión del lector, sino también –y quizás principalmente– sus ganas de seguir leyéndola.
Entonces, si tienes una historia que contar, genial: es el primer paso para escribir un libro. Pero no olvides que el camino será largo y que todavía habrá muchos pasos por dar, muchos de los cuales serán explorados aquí, en esta guía, con el único objetivo de ayudarte en esta indescriptible aventura de crear mundos.
7 CONSEJOS PARA ESCRIBIR UN LIBRO:
1: Domina tu idioma
Existe una diferencia muy sutil entre la historia hablada y la historia escrita: el habla conlleva tonos y entonaciones que difícilmente pueden reproducirse mediante la escritura. Por lo mismo, las historias habladas permiten más libertad con nuestro lenguaje, son más sueltas, más «musicales».
En la historia escrita todo cambia: en ella la entonación la da el lector, no el narrador.
La posición de una coma puede romper todo el ritmo de la frase o incluso cambiar su significado; la falta de comas puede dejar al lector absolutamente sin aliento, asfixiando toda la historia; los tiempos verbales incorrectos (como usar «¿quieres que hago eso?» en lugar de «¿quieres que haga eso?») pueden asesinar la imagen del autor ante los ojos del lector, una imagen que siempre debe mantenerse en el nivel más alto por el bien de la trama.
La historia escrita depende, por supuesto, de la escritura, y cuanto más mambembe, cuanto más desconectada de nuestra lengua esté, más difícil será cautivar a una base de lectores interesante. Esto lo vemos en el día a día de Club de Autores: si hay un punto en común en la gran mayoría de los libros más vendidos aquí es que pasaron por una revisión profesional antes de llegar a las estanterías.
Tenemos un lenguaje que, aunque bonito, está lleno de sutilezas y reglas detalladas para todo. Es difícil, muy difícil, dominar todos los detalles del español, pero utilizar esto como excusa para no profundizar en los conceptos básicos no ayuda en absoluto al autor. ¿Quieres vivir de la escritura? Estudia tu idioma.
Al fin y al cabo, las historias bien escritas también son historias más leídas, como se puede concluir evidentemente.
Y los buenos libros tienen sus argumentos bien escritos, no escupidos de ninguna manera en páginas en blanco.
Otros textos: ¿Cómo crear diálogos realistas?
2: No ignores el mar de referencias que te rodean
Es imposible escribir bien si no se lee bien. De hecho, esto ni siquiera debería ser una pregunta: es un privilegio indescriptible que hoy tengamos la posibilidad de leer tanto por tan poco. Tenemos al alcance de todos genios como Guimarães Rosa, Mia Couto, Tolstoi. Maestros que prácticamente refundaron lenguas enteras y crearon modelos de expresión literaria absolutamente revolucionarios.
¿Cómo podemos siquiera querer multiplicar lectores sin entender primero cómo lo hicieron estos grandes maestros de nuestros y de otros tiempos? O, reformulando la pregunta: ¿por qué desperdiciar una base de conocimiento tan gigantesca que está ahí, a nuestro alcance?
Y eso es porque aquí sólo hablamos de maestros ya establecidos.
Hay otros: hay escritores independientes que recién ahora están empezando a crear sus audiencias. ¿Y por qué son fundamentales? Porque la literatura del futuro está siendo diseñada precisamente por ellos.
¿Existe alguna manera de ser un escritor extraordinario sin ser un ávido lector? Es posible, por supuesto, pero no probable. Y definitivamente no es un camino que parezca muy inteligente.
¿Quieres un lugar bajo el sol junto a los maestros de la literatura? Empieza por lo más fácil y obvio: aprende de ellos.
Haz una lista de historias y libros que te interesen y sumérgete en ellos. Léelos no con ojos de lego, sino como un explorador que explora un universo nuevo: presta atención al ritmo de las frases, a las palabras, a las referencias utilizadas, a la forma en que el autor juega con el tiempo y presenta a protagonistas y antagonistas, a toda la construcción de la trama.
De hecho, en lugar de limitarte a leer, estudia las obras que consideres referencias importantes para ti.
No es que sea necesario seguir algún tipo de receta de pastel: la escritura siempre dependerá de un estilo esencialmente individual. Pero el simple hecho de estudiar a tus propios maestros ampliará decisivamente los límites de tu propia capacidad creativa.
3: Entiende (y adopta) el zeitgeist
Zeitgeist es una palabra alemana que significa «espíritu de la época». Su aplicación práctica: comprender qué conjunto de valores está efectivamente moviendo a una sociedad en un momento dado para que se pueda aprovechar.
«Aprovechar», en este caso, significa surfear la ola de una conmoción popular ya formada y, por tanto, dejar algo que se quiere vender (sea un producto o una historia) con una ventaja fundamental. Y aunque parezca que el concepto acaba de salir de las páginas de un libro de marketing, ha sido esencial durante siglos.
Tomemos a Shakespeare, por ejemplo.
Todas, absolutamente todas, sus grandes obras teatrales tenían argumentos basados en hechos que agitaban la imaginación popular. Otelo se escribió cuando Isabel I estaba expulsando a los moros de Londres; El Rey Lear se basó en un caso legal real que se había convertido en el gran cotilleo del reino; MacBeth se hizo para celebrar, mediante metáforas, el linaje del monarca Jacobo I, para quien se escribió la obra.
La receta de Shakespeare siempre fue sencilla (lo cual, insisto, no resta mérito a su genialidad): entender qué movía a la gente y crear una obra que metaforizara el momento para atraer un tipo de atención más entusiasta.
Sin embargo, el bardo vivió en una época de pocos e inmensos cambios sociales, todo lo contrario que la nuestra.
Nuestros tiempos son más agitados: hay pequeñas revoluciones, por así decirlo, que ocurren cada dos días. Mira la política brasileña: no hay una sola semana en la que todo no esté al borde del colapso total.
Mira la política estadounidense: no es posible decir que la administración Trump, con todas sus promesas xenófobas y radicales, haya pacificado el planeta.
Mira a los refugiados de Oriente Medio, a la falta de preparación de Europa para recibirlos y al caos absoluto generado a causa de ello. Mira el Brexit.
4: Mira a tu alrededor.
El mundo tiende a ser un lugar mucho, mucho más tenso que en cualquier otro momento del pasado de la revolución postindustrial.
¿Y por qué esto tiene alguna relevancia en una guía para escritores?
Porque, si nos disculpan la frialdad, el mundo nunca ha dado tantos zeitgeist ni tanta inspiración para las historias.
Este lugar caliente, hecho de cataclismos semanales y radicalismos cotidianos, es una especie de paraíso para mover mentes y corazones y generar clásicos quizá mucho más intensos que los de la Inglaterra shakesperiana.
Para los que estamos a este lado de las estanterías, siguiendo la literatura moderna a medida que va tomando forma, es una época que puede traducirse en el más puro entusiasmo.
Para los que nos dedicamos a la escritura, cada vez es más imperativo saber aprovechar al máximo este mundo nuestro tan proclive a revolucionarse.
¿El resumen de esta regla? En la medida de lo posible, intenta basar tu trama en los grandes temas que mueven la opinión social de tus lectores. Créeme, sólo esto servirá de poderosa invitación para que se entreguen en cuerpo y alma a tus páginas.
5: Crea personalidades, no personajes.
Si alguna vez leíste la obra maestra de Gabriel García Márquez Cien años de soledad, te habrá llamado la atención el árbol genealógico de la familia Buendía que, con generaciones y generaciones de nombres prácticamente idénticos, confunde al lector sobre quién hizo qué, cuándo y dónde.
Pero… si hay tanta confusión, ¿cómo exactamente se convirtió este libro en uno de los mayores clásicos de la historia de la literatura universal?
Sencillo: cada uno de los personajes tiene su propia historia, su propia personalidad distintiva y es absolutamente único.
Más que nombres rayados en un papel, los personajes de García Márquez tienen sus propios miedos, traumas, ansiedades, esperanzas e impulsos. Todos ellos son fruto de sus sociedades, sus épocas y sus ambiciones, lo que confiere a la novela una formidable credibilidad.
Más que eso: las personalidades son tan vívidas que el lector tiende no sólo a identificarse, sino a enamorarse de la saga de los Buendías, creando una especie de vínculo que normalmente sólo existe aquí fuera, en la vida real.
¿Qué se puede aprender de esto?
Que los personajes deben ser más que nombres arrojados en medio de una historia.
Cuando crees los tuyos propios, asegúrate de darles una historia que incluya todo, desde los miedos hasta las motivaciones.
Aunque algunos de los rasgos de personalidad no tengan cabida en la propia narración, anótalos para evitar que un determinado personaje actúe de forma incoherente con lo que realmente es.
6: Investiga y crea mundos tangibles, no escenarios artificiales.
Tu libro, naturalmente, tiene lugar en algún lugar, ya sea real o imaginario. E incluso si es imaginario, tu imaginación se basó sin duda en uno (o unos cuantos) lugares reales, con sus propias auras y climas.
Asimismo, tu libro también está ambientado en alguna época. Ya sea en la Antigüedad clásica o en un futuro distópico, lo cierto es que la época de este relato se ha visto ciertamente moldeada y sacudida por acontecimientos que han llevado a todos, desde los personajes hasta los escenarios, a donde se encuentran ahora.
Si estás trabajando en una novela sobre la dictadura militar brasileña, es probable que tu trama se vea sacudida por el zeitgeist del miedo, la censura y la Guerra Fría.
Si concibes una historia de amor nacida en los confines del interior del noreste, tendrás un entorno forjado por la ley del más fuerte y la escasez absoluta.
Si estás historiando la vida en Río de Janeiro durante el periodo imperial, deambularás por una sociedad perdida entre los impulsos de la modernización y el conservadurismo distópico propio de un reino europeo en el trópico latino.
Sea cual sea la época y el espacio de tu novela, investiga todo lo que puedas.
¿Quiénes fueron los verdaderos personajes que marcaron la época? ¿Qué hechos movieron la opinión social? ¿Cuáles eran las costumbres? ¿Cuáles eran las situaciones políticas? ¿Qué niveles de caos sacuden los mundos en los que se desarrollarán tus historias?
Lea también: Cómo escribir y formatear un libro en Word
7: Deja que tus manos guíen la trama
Si tienes una línea temporal, escenarios creíbles, personajes densos y un zeitgeist que une todo y a todos en una tupida red, entonces queda la parte realmente divertida: escribir.
Y aquí la regla es la más sencilla de todas: deja espacio a tus manos, probablemente ya agonizantes, para que se derramen sobre el teclado.
No siempre sabremos con seguridad por dónde empezar, por supuesto, pero dado todo el material que ya hemos recopilado sobre la historia, este es el momento de dejar que tus manos decidan.
Intenta estar a solas con el teclado y tus notas en un entorno propicio para la concentración y ya está. Empieza.
Que surja una palabra aquí, otra allá… Que surja el arrepentimiento ocasional, borrando frases enteras y produciendo otras nuevas.
En caso de duda, consulta tus notas sobre la historia. Si es necesario, ajústalas un poco. O mucho.
Pero sigue.
Mira hacia delante, presenciando de cerca la metamorfosis de las personas en personajes. En la imaginación, los nombres se pegarán a los rostros, los pasados a las arrugas, los futuros a las miradas.
Encuentros y desencuentros inventados, pero no por ello menos reales, poblarán la imaginación del escritor que estará allí, desde una mesa discreta, planeando los destinos del mundo.
Y qué mundo, debo añadir. Mucho mejor que los de carne y hueso, compuestos sólo por lo que vemos y no por lo que pensamos. El mundo de quien observa la escritura incluye tantos pensamientos y pensamientos inconscientes que hace que la realidad sea tan aburrida como un helecho durmiendo en el rincón de una habitación oscura.
Mientras tanto, el teclado ametralla. Las frases inconexas cobran sentido, los párrafos surgen como por arte de magia, los capítulos se forman como ciudades enteras. Mundos enteros nacen, hechos para el deleite de su Creador, que construye, destruye, crea y mata.
Después de todo, es hora de escribir.
Es hora de mirar a tu alrededor y reimaginar la imaginación de los que pasan crudos, inocentes, esperando sin saberlo a que se forje su destino.
Es hora de ignorar una realidad para crear otra.
Es hora de ser escritor.
Con la palabra… el experto:
Consejos de George Orwell sobre cómo escribir bien
Ya que hablamos tanto de maestros y referencias, ¿por qué no abrir una sección de consejos basados exactamente en uno de ellos?
George Orwell es probablemente uno de los escritores más leídos del mundo. Autor de Rebelión en la granja y 1984, ambas concepciones distópicas de sociedades «pseudocomunistas», cautivó a lectores de todo el mundo.
Sin embargo, las buenas ideas para libros son sólo una parte de la fórmula para el éxito de cualquier escritor. Además –y otros ingredientes como, por ejemplo, un poco de suerte y competencia en la autopromoción– hay que escribir bien. Claro.
¿Sabías que Orwell creó una especie de manual para escribir bien? A continuación se exponen sus seis reglas:
• Nunca uses una palabra larga cuando una corta funciona
• Si puedes cortar una palabra de un texto, hazlo
• Nunca uses la voz pasiva cuando puedes usar la voz activa
• Nunca utilices metáforas o comparaciones que ya sean «comunes» (y que, por tanto, ya hayas visto innumerables veces)
• Nunca utilices un término en inglés o en jerga científica cuando puedas reemplazarlo con algo más común y fácil de entender
• Si es necesario, rompe alguna de estas reglas para evitar decir algo que suene torpe
• Es cierto que no existe un recetario para escribir libros, pero no está de más empaparse de la sabiduría de quienes ya han recorrido con éxito el camino que buscamos. ¿No es cierto?
Consejo adicional:
Observa atentamente la ley de Chéjov
Chéjov decía que si aparecía un revólver en cualquier escena de una historia, al final sería disparado.
Las historias, al menos desde la perspectiva del maestro ruso, no tenían lugar para elementos superfluos, para cosas innecesarias. En los cuentos todo debía calcularse, medirse, intercalarse en una relación simbiótica de causas y consecuencias.
Todo tenía que estar construido para conducir la concentración del lector a través de la imaginación del autor: cualquier posible desviación, cualquier hueco dejado por descuido podía hacer volar la imaginación del lector, haciéndole crear versiones paralelas llenas de «si» y coser hipótesis que, en esencia, serían caminos abiertos hacia una pérdida total de interés por la trama real.
Chéjov murió en 1904.
Años más tarde, otro maestro de la literatura, el japonés Haruki Murakami, publicó su obra maestra 1Q84, una especie de thriller psicometafísico tan impresionante que sus 1.500 páginas terminan casi de un susto, dejando un sorprendente sabor a «quiero más».
En un momento concreto de la historia, un personaje entrega un revólver a una amiga mencionando la «Ley de Chéjov» y, por tanto, profetizando que acabaría disparando a alguien. Después de todo, tendría que disparar.
Y en el libro hay oportunidades para ello. Incontables.
El personaje, Aomami, llega a un punto en el que el arma casi se convierte en una extensión de su propio cuerpo. Pero… el libro llega a su fin y el revólver nunca cumple la función para la que fue creado.
Algunos podrán argumentar que, tal vez, el papel del revólver era precisamente ese: representar algo, añadir cierta sensación de seguridad para guiar al personaje a través de la siempre tensa trama. Quizás su propia existencia fuera una especie de fin en sí misma.
El hecho, sin embargo, es que tanto en el arte como en la vida, las historias son invariablemente el resultado de su época.
En la Rusia de finales del siglo XIX -la misma de Tolstoi y Gorki, por cierto- la vida real era tan rústica y práctica que un arma sin disparar simplemente no tendría sentido en ninguna historia: generaría extrañeza, angustia, incomodidad. En el pasado, todo tenía una razón de ser, un destino que cumplir, y el arte, como mimo de la vida, no podía ser diferente.
Hoy, nuestros tiempos son diferentes.
Hoy leemos libros mientras estamos atentos a la estación de metro en la que tenemos que bajar, vemos la televisión mientras navegamos por Facebook y escribimos nuestras historias mientras absorbemos las críticas en tiempo real de sus secciones inacabadas.
El autor de hoy es tan multitarea como su lector: elige constantemente a qué prestar atención y qué ignorar. Hoy, por tanto, todos estamos acostumbrados no a una, sino a toda una colección de «innecesidades» superfluas en los escenarios de nuestra vida real. Nos atreveríamos a decir que nuestras vidas reales están mucho más llenas de cosas superfluas que de elementos que realmente forman parte de nuestros destinos.
El concepto mismo de destino ha cambiado: de algo predeterminado e inmutable se ha metamorfoseado en algo esencialmente voluble, dependiente de nuestras pequeñas decisiones cotidianas.
En el mundo de Chéjov, un revólver no tendría sentido si no se disparaba. Era el propósito el que definía al ser, al objeto.
En el mundo de Murakami, en nuestro mundo actual, basta que exista un revólver para que cumpla su función. El objeto mismo es también su propio fin.
Y esto cambia de forma revolucionaria toda la manera de interpretar las grandes obras de nuestro tiempo, añadiendo sutilezas a las tramas que tienden a dar mucho más sentido a cada capítulo, a dotar de mucha más realidad a la ficción.
Para quienes solían pensar que la «buena literatura» ya había muerto (algo desgraciadamente corroborado por hechos como que Bob Dylan recibiera el Premio Nobel o que José Sarney fuera miembro de la Academia Brasileña de Letras), es bueno despojarse de los prejuicios y leer nuevos libros con ojos frescos.
Las obras maestras de hoy son mucho más complejas, sutiles y densas que las del pasado: los nuevos autores están revolucionando la literatura como en ningún otro momento de nuestra historia.
¿Qué te importa todo esto, escritor?
Sencillo: sé simple, pero no simplista, en la construcción de tus escenarios y tramas. Si quieres, añade objetos que sólo sirvan para añadir valor al contexto, pero ten cuidado de no dejar a tu lector perdido, con una pregunta atascada en la mente.
No es necesario seguir la Ley de Chéjov al pie de la letra, pero eso tampoco significa que deba ignorarla por completo.
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